¿POR QUÉ UNIRSE AL PARO NACIONAL DE MUJERES?
Desde
que el paro de mujeres del 09 de marzo de 2020 #UnDíaSinNosotras
se convocó, he pensado mucho si me incorporaría, por qué y para qué. Sabía que
estoy muy enojada y verdaderamente aterrada por el incremento exponencial en el
número de feminicidios por año en nuestro país, así como la inaudita crueldad
con que se llevan a efecto y que también va en aumento. Pero también me sentía
muy dudosa de su originalidad o su espontaneidad desde la “ciudadanía de a
pie”, toda vez que esta iniciativa fue literalmente secuestrada por la
oposición panista al gobierno Lopezobradorista. No quería “engordarle el caldo”
a una casta política enquistada en el poder durante generaciones, completamente
indiferente a otra cosa que no fuera su enriquecimiento personal. Tampoco
pretendo formarme en las filas de amlovers que cantan las glorias de su
mesianismo, cacareando el golpeteo (real) de sus opositores y asumiendo esta
convocatoria, imaginariamente, como un golpe de la derecha corrupta en la que
las mujeres comunes y corrientes no teníamos nada que ver. Pues no estoy de
acuerdo con ninguna de las dos posturas y reinvindico el paro nacional de
mujeres como una propuesta ciudadana importante y ahora explicaré por qué.
Las
mujeres constituimos un pilar esencial de la economía nacional. Actualmente, el
46% de los asalariados del mundo son mujeres y somos la principal fuente de las
colosales riquezas capitalistas, no sólo por el PIB que originamos sino también
porque somos generadoras de una mayor plusvalía: en promedio, las mujeres
recibimos un 34% menos salario que nuestras contrapartes masculinas, realizando
el mismo trabajo. Por otro lado, las mujeres invertimos mayor energía y mayor
número de horas en el trabajo asistencial y de cuidados dentro del hogar. De acuerdo
con cifras del INEGI, este trabajo no remunerado, si se pagara, importaría algo
más de 4 mil millones de pesos; lo que equivale al 23.2% del PIB. Si sumamos
las riquezas generadas por la mano de obra femenina por concepto de trabajo
productivo, plusvalía y trabajo reproductivo, éstas ascienden al 60% del PIB. Y
que conste que yo no invento estas cifras; las publicó el INEGI en 2018.
Pero
lo más importante y más urgente es la amplia variedad de todas las violencias
que vivimos las mujeres, desde las más sutiles hasta la feminicida. Ninguna
mujer está a salvo, cualquiera que sea su edad, clase social, condición
académica o de salud. Tanto la
trabajadora del hogar como la estudiante universitaria o la actriz de cine están
expuestas a ella porque casi siempre la violencia que secuestra, desaparece y
asesina, viene de la propia pareja, de la propia familia. Cuando no es así, en
el ámbito público nuestras hijas se exponen, un día sí y otro también, al acoso
y el secuestro, la trata de blancas y la guerra del narco. En todos los casos,
el espacio a conquistar, la mercadería a vender o el territorio en disputa es
el cuerpo de las mujeres. Todas las violencias se libran en el cuerpo de las
mujeres. Y la crueldad de estas muertes se exhibe espectacularmente en medios
de prensa para servir de escarmiento a las demás; para provocar terror,
obediencia e inmovilidad. Más aún, por su número y persistencia, la violencia
feminicida puede y debe asumirse como una práctica sistemática encaminada a
destruir total o parcialmente a un grupo específico de población: las mujeres.
Dicho en términos simples, se trata de un genocidio.
Lo
más lamentable de todo esto es la absoluta indiferencia del Estado Mexicano. El
presidente AMLO acusa de golpistas a quienes convocan este paro y ofrece un
decálogo de buenas intenciones que no se traducen en una estrategia congruente
con la gravedad de lo que ya constituye una verdadera crisis humanitaria. Cada
día, diez mujeres pierden la vida en nuestro país, por el simple hecho de ser
mujeres; una cada dos horas. Y peor aún, no hay procesados por estas muertes.
El recuento de mujeres torturadas, violentadas, desaparecidas, exhibidas es
inconmensurable; el de procesados por estos delitos, apenas un par de decenas.
La
construcción de la violencia hacia las mujeres no es nueva; se trata de un
fenómeno de tan larga data como la propia lucha femenina por la ciudadanía, el
derecho al voto, la eliminación de la brecha salarial entre los dos géneros, el
acceso a la instrucción pública o la igualdad de oportunidades de desarrollo
profesional. Su recrudecimiento, entonces, también es coincidente con la
emergencia de las nuevas movilizaciones feministas; entre más protestan las
jóvenes, más feminicidios se registran y más sadismo se manifiesta en ellos. El
mensaje es muy claro para todas: hay límites cuya transgresión no permite ni
permitirá jamás nuestra cultura; incumplir y no someterse a estos límites,
puede costarle la vida a cualquier mujer. Para los hombres, el mensaje es de
poder y dominación: puede matar a una mujer y “la sangre no llegará al río”; no
habrá mayores consecuencias.
La
normalización de la violencia contra los cuerpos de las mujeres va de la mano
con el silencio cómplice de otros hombres: los funcionarios encargados de
procurar justicia, las Instituciones gubernamentales cuya obligación es
garantizar la integridad de la ciudadanía, etc. De esta manera, cuando una
mujer denuncia la violencia de su hermano, su padre, su pareja, esta denuncia
es rápidamente desestimada, cuando no despreciada. Sostener un silencio
cómplice; es decir, no hacer nada, aumenta el capital político del funcionario
respecto de otros hombres; romperlo lo convierte en un soplón, un marica.
Ésta
parece ser la premisa del gobierno Morenista: no hacer nada. Mientras AMLO declara
que está atendiendo a las causas del fenómeno, sin aclarar cómo lo está
haciendo, en el plan de gasto público de este año se recorta el 55% del
presupuesto destinado a las políticas de género; prioriza programas tales como Jóvenes Construyendo el Futuro, Sembrando Vida, Becas
para diferentes niveles educativos, el Programa de Pensión para Adultos Mayores
y hasta el programa de Precios de Garantía.
Lo
anterior implica que desaparecen 26 programas dedicados a disminuir la brecha
entre hombres y mujeres, programas de atención a la salud materna, sexual y
reproductiva, así como albergues y programas de atención, acompañamiento y
empoderamiento de mujeres víctimas de violencia.
En
este estado de cosas, alguien convocó en redes a un paro nacional y la convocatoria
se viralizó, respondiendo a una necesidad de expresión y organización sentida
en distintos sectores de mujeres. Este paro trata de evidenciar la aportación
de las mujeres a la riqueza nacional y lo que su destrucción como grupo de
población costaría al Estado Mexicano. Es una estrategia de lucha por una vida
que sea más que sobrevivir al terror; un terror que me inmoviliza para salir
cuando anochece; que me acompaña cada noche en que mi hija se traslada en
trasporte público desde su trabajo.
A
mis casi sesenta años, sé porque lo he visto en distintos momentos de mi vida,
que ninguna clase en el poder otorga a sus dominados ningún derecho de buen
grado; los derechos hay que conquistarlos y defenderlos a diario. Y el primer
derecho que el movimiento de mujeres pretende conquistar es el acceso a la
justicia: Justicia para Fátima, justicia para Ingrid, justicia para Lesvy,
justicia para…un número infinito de niñas y mujeres. Sé también que cuando el
gobierno hace oídos sordos a las demandas de la población, la única manera de
obligarlo a escuchar, a sentarse y dialogar, es con un paro total. Me parece
que es la única manera civilizada de obligar a las instituciones de justicia y
de gobierno a hacer su trabajo.
Por
eso he decidido incorporarme a este Paro Nacional, asumiéndolo no como un fin
en sí mismo sino como parte de un continuo de estrategias de lucha y de
contención solidaria de las mujeres con las mujeres. Tal vez ustedes no estén
de acuerdo con el método de lucha pero, estoy segura, jamás disentirán de la
justicia de su fin.
Muy bien maestra, estoy con usted y con todas mis hermanas de mi país y el mundo.
ResponderEliminarMuchas gracias. Todavía hay mucho por hacer pero cada día nos ofrece la oportunidad de poner nuestro granito de arena
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